En pleno sur industrial de China, una fábrica de Nexperia se convirtió en el nuevo cuello de botella global para los chips más simples, esos que durante años la industria automotriz consideró inagotables. Tras la pandemia y el incendio en Japón, los fabricantes juraron blindar sus cadenas de suministro. El problema es que nadie imaginó que los semiconductores de bajo costo serían usados por Pekín como arma geopolítica.
El gobierno holandés tomó control de Nexperia en septiembre, temiendo la transferencia tecnológica hacia su matriz china, Wingtech. La respuesta de Pekín fue inmediata al bloquear la exportación de chips terminados desde la planta de Dongguan. Se trata de piezas que cuestan centavos, pero son vitales para frenos, alzavidrios y módulos de potencia. Su ausencia obligó a Nissan y Honda a recortar producción, mientras Bosch redujo horas laborales en algunas líneas.

La decisión de Países Bajos fue revertida la semana pasada, pero el daño ya estaba hecho. El episodio reveló que la industria nunca se preparó para una disrupción política en componentes tan básicos. Ejecutivos y consultores coinciden en que la dependencia de China no solo está en lo avanzado, también en lo “básico pero crítico”.
Nexperia retomó algunas ventas locales en octubre, pero exigió pagos en yuanes, complicando transacciones y acumulando inventario sin despachar. La situación comenzó a suavizarse este mes, cuando China permitió exportaciones tras la reunión entre Donald Trump y Xi Jinping en Seúl. Para proveedores como Bosch, ZF y Hella, el alivio llegó a días de detener operaciones.
El caso evidencia la vulnerabilidad persistente del modelo just-in-time y el alto costo de diversificar. Algunas marcas, como Toyota, sí tenían meses de inventario. La mayoría no. Y aunque la industria habla de resiliencia, el golpe de Nexperia recuerda que construirla será lento y caro.