
En Milton Keynes no hay festejos. Tampoco banderas. Apenas un correo interno, frío, sin emojis ni firmas cálidas. Christian Horner, el mismo que desde 2005 construyó un imperio en Red Bull Racing, fue apartado de su cargo. Así, sin vueltas. Con el motor aún caliente y la tabla de posiciones liderada por sus autos.
Lo reemplaza Laurent Mekies, hasta ahora líder de Racing Bulls. Y como parte del reordenamiento, Alan Permane toma su lugar al frente del equipo satélite. Sí, el mismo Permane que fue sacado de Alpine en 2023 y que hoy, irónicamente, es una pieza clave del tablero energético de Red Bull.
Un final sin champaña
Horner no cayó por resultados. Cayó por algo más invisible pero igual de corrosivo: la política interna. Durante meses circularon rumores sobre sus tensiones con Helmut Marko, fricciones con la cúpula austríaca y una grieta cada vez más honda con Oliver Mintzlaff, el CEO corporativo. Las sonrisas de podio escondían un paddock con más puñales que abrazos.
El comunicado fue correcto, institucional: “Queremos agradecerle a Christian Horner por su excepcional trabajo durante estos 20 años”. Pero la falta de una conferencia de prensa, de un mensaje en redes, de un “goodbye” de Max Verstappen, dice más que mil palabras.
Porque no se va un jefe de equipo. Se va “el jefe”. El último dinosaurio que aún rugía como en la era pre híbrida. El que defendía a sus pilotos con uñas y dientes, incluso cuando el mundo pedía sanciones.
Mekies, el heredero inesperado
Laurent Mekies (derecha) y Alan Permane (Formula1.com)
Mekies no venía por el trono. Venía a levantar Racing Bulls desde abajo, casi como un proyecto de ingeniería inversa. Y lo hizo bien. En un año y medio convirtió al viejo AlphaTauri en un laboratorio de talento y consistencia. Su premio es también un desafío: dirigir el equipo más exitoso de la última década sin el respaldo político que tuvo Horner.
“Ha sido un privilegio contribuir al nacimiento de Racing Bulls. Pero esto recién empieza”, dijo Mekies con tono de transición, sin efusividad. Una frase para enmarcar, o para archivar. Y seré reemplazado por un histórico en la F1.
Cuando Alpine sacó a Alan Permane por la puerta de atrás, muchos lo dieron por jubilado. Pero Permane siempre fue de esos ingenieros que se adaptan al viento. Lo hizo en Benetton, en Renault, en Lotus. Lo vuelve a hacer ahora, en Faenza, donde el equipo B de Red Bull ya no es más un experimento, sino una incubadora estratégica.
“Es un honor”, declaró. Y aunque su estilo es más silencioso que el de Horner, no hay que subestimarlo: es uno de los pocos que conoce la Fórmula 1 moderna desde sus entrañas técnicas y políticas.
La Fórmula 1 sin su villano favorito
Lo que más se extrañará de Horner no es su gestión, ni sus títulos, ni sus estrategias de carrera. Es su personaje. El tipo que nunca tuvo miedo de encarar a los comisarios. El que polemizaba con la prensa y defendía a Verstappen con ferocidad de padre. El que construyó un legado no solo en trofeos, sino en narrativa.
Se va Horner, y con él se va una forma de hacer Fórmula 1. Una donde los jefes de equipo también eran protagonistas. Donde la guerra era tan mediática como técnica. Donde el show tenía cara, acento y sarcasmo británico.
¿Y ahora qué?
Red Bull seguirá ganando. Mekies no es ningún improvisado. Y sigue teniendo a Max Verstappen, al menos por este año. Pero la transición será observada con lupa. ¿Habrá continuidad en el enfoque agresivo del equipo? ¿Cómo reaccionará Verstappen, que siempre fue “el niño mimado” de Horner? ¿Y qué papel jugará Helmut Marko, ahora con más margen para mover fichas?
Esta historia apenas comienza.